Esa es una de las afirmaciones sobre mi persona que muy poca gente hasta el momento conocía.
Bueno, excepto las papas fritas, pero aún así soy tremendamente mañosa con ellas; eso sin contar las otras diferentes maneras de preparar el tuberculito ese… cocidas, al horno, salteadas, con mayonesa, etc., pero por sobre todo, puré.
Sí, odio la comida favorita de casi todas las personas, sobre todo los niños, el famoso puré con que todas las mamás convencen de comer a sus hijos, conmigo no hubo caso. Es que, sinceramente, odio la comida seca y el puré es su mejor exponente.
Imagino la frsutración de mi mamá al ver como mi hermana comía feliz su puré y yo, con lo terriblemente mañosa que era, que más encima hiciera pucheros para no comer el plato más simple e infantil de todos.
Y el asunto es el siguiente, ya hace casi un año me encontraba con La Casa de los Espíritus en uno de esos almuerzos familiares que tienen casi pinta de italianos (casi); cuando una de mis tías abuelas mira mi plato lleno de todo tipo de carnes y ensaladas y sale con la clásica pregunta de viejecita preocupada “mijita, ¿o quiere unas papitas?”. Antes de que yo pudiera responderle mi mamá responde “lo que pasa es que no le gustan, tía Mina” con una sonrisa en los labios.
En ese momento los miembros más antiguos de la familia comenzaron a reír y comentar varias cosas y yo, por supuesto, más colgada que perchero, sin entender nada. Una de mis tías entiende mi expresión y me dice “lo que pasa es que tu abuelo, el papá de tu mamá (obviamente, pensé yo) odiaba las papas también”
Y justo cuando dice eso, mi mamá completa “y a tu tía Mina y tu tío Pato tampoco le gustan”.
No es un asunto muy importante la verdad, pero igualmente quedé en shock… pónganse en mi lugar, tienes una maña familiar de las que todos sabían, menos tú, o sea, tu propia madre sabía que tenías una maña genética y no te lo había dicho.
Maña genética… es la única explicación posible que he encontrado para este asunto tan bizarro.